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EL VIEJO GENERAL

apoyo á su abuelo, pero él la rechazó, erguido como una columna, con las medallas de cien combates sobre el pecho.

Y pasaron los últimos escuadrones y se oyeron los últimos largos toques de los clarines. Aquellos sonidos tenían el clamor de una eterna despedida. El anciano miró la realidad y antes de que una lágrima la turbara, volvióse pesadamente á su asiento. Allí, se acurrucó cansado, triste y silencioso. Nina, sin atreverse á hablar, le miraba por un espejo. Se dió orden de encender la estufa, y al chisporrotear la leña, vió el soldado el fogón del campamento. Oh! cuántas sombras le abrumaron! Pensaba en el ardor de los combates, en las ovaciones de los pueblos al pasar; y achacoso, impotente, sentía el dolor de las nostalgias juveniles. Y siguió pensando en cosas que se esfumaban como sueños ó visiones, cuando Rodolfo, muchacho de diez años, entró al cuarto, aturdiendo con su corneta.

Ataviado con un traje militar de fantasía, arrastraba su correspondiente sable, y después de hacer la venia al general, exclamó con voz chillona:

«Ya tremolando por el aire, veo».... y siguió el bélico canto. La musa de Varela salía por los labios del muchacho, llegando al alma del