joven, del brazo de su pareja— mire! y con el gesto y la sonrisa, señalaba el enjambre de chicuelos que se revolvía alrededor del árbol.
De sus ramas pendía la felicidad en forma de reverberos, farolitos y juguetes: flotaba sobre las cabecitas luz de encanto. Se repartían los objetos, y eran de ver las risas y decepciones, y el trajín de las madres en arreglar con sus dedos los rulos revueltos, ó estirar los trajecitos ajados.
Ah! la Noche Buena de los niños! Tiene no sé qué fragancia de rosales nacidos en tierra bendita. ¡Gozadla, criaturas! Un antiguo zorzal canta en las ramas de vuestro árbol, y dice cosa alegres que rozan nuestra frente con un dejo de honda melancolía.
Don Pancho Viale, algo de esto sintió quizá, porque mirando á una señora que besaba á su hijo, exclamó: — qué preciosura! — y como la señora respondiese: — no tanto, no exageréis! — él agregó: — ah! los muchachos han sido siempre mi debilidad!
No se pudo oir más: una voz sobresalía con notas de falsete.
Era el de la voz, dueño de un metro de estatura tirada á plomo sobre los pies, y su interlocutor, con aire bonachón, le oponía su enorme vientre.
— He ahí un emblema, amigo mío. Ved ese