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Arturo Trailles — 115

cosa bella, la dejó un día, sin más argumento que su horror al matrimonio.

Ella se casó después con un bello mozo que debía cauterizar su herida, y Arturo sintió renacer violenta la inclinación antigua.

Todo fué inútil; pues si aun sentía la mujer algo al verle, desterró para siempre toda idea de culpa, al sentirse madre.

En el alumbramiento de una niña, murió. Había infundido á la criatura toda su savia, y la dejaba, como un recuerdo viviente, á la sociedad que tanto había amado...

Laura, en ciertos instantes, parecía que iba á hablar con la voz de la muerta. Luego en un detalle, en un ademán, en una frase, la hacía renacer vivaz y esfumada.

Le había heredado el rostro, pero con tonos más calientes aún; era el mismo crepúsculo con fulgor intenso de vida. Usaba su peinado que rozaba la frente, y caía sobre las sienes con la voluptuosidad de una mano que acaricia una piel suave. Sus hoyuelos habían perdido en la herencia gracia sonriente, pero en cambio sus labios prometían besos más apasionados.

Arturo la miraba y la oía, como si se hubiese dormido entre lo pasado y lo actual, y despertara de un mal sueño frente á la realidad consoladora. Pero ese consuelo se transformaba