El rumor de Paris llega al barrio, preñado de incertidumbres y esperanzas. El niño conquistador trabaja, con la cabeza llena de fiebre: los buenos versos tienen alas, y después de unos años sus versos vuelan. Paris le recibe y le saluda. La muchacha sigue cosiendo, mira aquel cuarto vacío, y asoma á sus ojos una lágrima.
Después de mucho tiempo, pasea el poeta, con amigos célebres, bajo los plátanos del Luxemburgo. Entre los pájaros y los niños felices, van los artistas, porque algo tienen de niños y de pájaros. Una cabecita rubia, que brilla al sol, se mete entre las piernas del poeta, y el poeta la detiene y pone un beso en aquel nido de oro.
La mujer que cuida al niño, besa al instante el punto besado por el artista; y es la pálida muchacha del arrabal, que hurta así su primero y último beso de amor....
Todas las melancolías de Arturo, vibraron en su acento, diciendo los últimos versos como con voz pasada por el llanto. No lo requería así el poema por sus formas, pero si por el manantial oculto de tristeza que corría en la pasión de la ignorada amante.
Las niñas callaron impresionadas.
— Cómo has adelantado, muchacho! — exclamó la tía.