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Arturo Trailles — 111

sentía rencores, como si fuera su florecimiento la causa de su decadencia.

Dejó pronto su actitud, pues las bromas subían de punto, y además derramaban sobre él algo como un fresco rocío.

La charla cayó sobre pretendientes; las niñas ponderaron á alguno con talento. Arturo sintió extraña impresión, y con sorda, desesperante angustia, se lanzó en amargas filosofías. La rueda estaba atenta; se sintió halagado; y con asombro de su tía, el antiguo conversadorista apareció en las formas de decir. Cambió de temas, relató aventuras, sintió el calor interno que pone en los labios las palabras ágiles, y fué lo que había sido, un kaleidoscopio, movido espontáneamente por la elocuencia, el color y la gracia...

El café se sirvió, y las niñas se levantaron.

— Ah! si fuera joven! —dijo una de ellas en voz baja, y la vieja le respondió en el mismo tono:

— Si te oyera, le darías un gran gusto, pues solo ha conversado para que penséis eso.


* * *

Lo conversación se encendía en torno de la convaleciente. Arturo daba bromas á su