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Arturo Trailles — 107

aspiran violetas en sus lechos de jacintos, como si fuera su perfume el aire espiritualizado del invierno: él ya no sentía la fiebre de la noche, que llega con sus fiestas, sino el intenso dolor de no dejar adherido algo suyo, con vida que le reviviese, á las cosas que quedan cuando el hombre pasa. Y comprendiendo que su huella iba, por fin, á ser como la estela que imprimía en el vidrio callejero que le reflejaba al pasar, sentía, cuando no tristezas, una rabia sorda contra la multitud brujuleante que le envolvía y arrastraba, ó envidia á los humildes laboriosos, esperados en hogares llenos de voces infantiles.


* * *

El coche había andado como su imaginación; estaba en la Avenida. Los plátanos sombreaban las veredas, echando frescura sobre el calor picante que vertían las piedras. Un momento después, descendía al pie de una escalinata de mármol.

Oyó á sus espaldas un murmurio, dos ó tres risas, y al dar vuelta, una sombrilla le llamaba:

— ¿A dónde, caballero?

Arturo oyó la voz de su tía. Respondió alegremente, pero ella le lanzó un: ¿qué es de tu vida? — que significaba: Rosa casi se ha muerto, y tú en la luna.