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Arturo Trailles — 103

— «He ahí el artista!» — pudo exclamar una voz misteriosa, como sonando desde el tiempo perdido.

Arturo alineó las cuartillas y cogió la pluma.

— ¿Se puede?

— Adelante.

— Señorito, un parte.

Era una esquela en verdad.

«Te esperamos á almorzar, gran oso. Rosa en la cama, hace quince días»

Pues señor, no hay versos. ¿Que tendrá esta muchacha?

Tres semanas antes, por un periódico, había sabido la vuelta de su tía, sin sospechar enfermos, lo que no atenuaba su poco gentil diligencia. Pidió el coche, y se puso á trabajar de nuevo sobre las dos ideas.


* * *

El soneto no pudo salir. El buen Domingo comprendió que su amo no estaba de bromas, y le ayudó á vestir en silencio.

El coche traspuso las verjas del parque. El castillejo, visto desde la calle, con sus torres esbeltas, parecía un altar de la mañana. El parque le rendía homenaje y una nube de algodón lo coronaba con incienso.

Las ruedas del coche removieron el colchón de polvo; la calle se llenó de una ola