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96 — Arturo Trailles

congojas. Y la antigua quinta paterna, con su frondosa vegetación, se alzó en su memoria animada y viviente.

Todo lo de ella fué barrido. Se trazaron líneas concebidas, el césped brotó reglamentado, invernáculos de persianas verdes se elevaron frente á bosquecillos geométricos, y el lago recién construido se animó con la hermosura del agua. Algunos árboles viejos, desde el último término, miraban como un triste orgullo á la flora inmigrante en tierra bien propia. La casa solariega, de severo continente cayó también bajo el pico, y se alzó el castillejo juvenil y gracioso. Los viejos de la familia habían precedido á los primitivos árboles, y los niños les siguieron. Pasaron por el nuevo hogar sin tener tiempo de amarlo, ¡Qué no diera Arturo por verlo ahora, con todos sus vericuetos, todas sus piedras, todos sus nidos, ante las memorias infantiles que preguntaban por sus cosas.

Un grito del bohemio le trajo á la escena; los muchachos le habían enardecido con aplausos, y la mona miraba al propietario como diciéndole: — yo también sufro. Buscó Arturo una moneda, cesó la danza, y el último acorde del engranaje, se escapó como un ¡ay! angustioso.

El aire del «Carnaval de Venecia» quedó en