vivo, blanco reflejo de su vidriera lechosa. Y entre verduras claras y grises, salpicadas á las veces, como con brillos de platina de mesa; las estatuas de mujeres mitológicas, llevaban racimos de uvas, flores recien abiertas, primicias del año, hacia un punto distante, lleno de robusta y perenne alegría... Desde un montículo se divisaba un llanito. La capa densa, polvorosa, de su primer término, hacía pensar en la playa de un mar luminoso que ciñese al jardín como á una isla.
Vio Arturo al pie de la verja un grupo de gente, y se dirigió á la calle. Alzó los ojos, y la alegría del color, estallante en la atmósfera como una risa de la luz, le inundó el alma de un anhelo de otro tiempo.
Cuando tras días en que el polvo asfixia bajo el cielo de fuego, y noches en que las estrellas parecen empañadas por el calor que sube, llueve; la naturaleza se lava, y surge fresca, rejuvenecida, casi retozona. Entonces el joven, en el transporte de su alma embebida en los colores, deseaba ser ave, volar de rama en rama y mirar como suyo el espacio.
Y al sentir ahora la sensación de entonces, derramósele por los sentidos savia penetrante, con una esperanza vaga, pero fuerte, de un bienestar inmediato que daba á los repiques de