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XXXVIII

No sé de qué pecados en castigo,
sin vida yace el cuerpo del amante,
tiene el espacio azul por manto amigo,
y por cirio una estrella fulgurante.
En tanto mudo, impávido testigo,
la luna llena asoma en el levante,
y tiende por los campos solitarios
rayos de plata en haces funerarios.

XXXIX

Y aquí el cuento acabó. ¿A qué ha venido?
No lo sé; me ocurrió matar las horas,
y el tiempo que se mata no es perdido.
Oh! musas de otros días! soñadoras
eternas! Si no sale entretenido
y digno de gustar á las señoras
este cuento, en el pecho se golpea
el poeta, y exclama: ¡culpa mea!