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CRÓNICAS
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Soy entusiasta partidario de las baterías abiertas, detestando las cúpulas y reductos acorazados donde el artillero se asfixia y termina por no ver el blanco. Fuertes traveses, fosos para sirvientes, y repuestos y hospitales subterráneos, son el complemento de tales obras. Alguna batería en Punta Salinas, otras en el Escambrón y Seboruco de Cangrejos servirían para alejar el bombardeo, evitar un desembarco, batir las dos líneas férreas de Carolina y Bayamón y defender las obras del Acueducto en Río Piedras.

Puerto Rico, donde según las corrientes actuales, jamás se arriará la bandera americana, si alguna escuadra no lo hace a cañonazos, no puede fiar su defensa al solo poder de la formidable armada de los Estados Unidos. Un enemigo osado, que destaque media docena de cruceros ligeros, nos puede poner en grave aprieto si los acorazados nacionales están ocupados en las costas del mainland. No se olvide que las enseñanzas de las últimas guerras, a partir de los bombardeos de San Juan y Santiago de Cuba, demuestran que una escuadra, por formidable que sea, nada puede contra una plaza bien artillada

El Almirante alemán Von Scheer, que prevé una guerra entre los Estados Unidos y el Japón, dice: «Los Estados Unidos le dan más valor a sus barcos de guerra del que en realidad tienen, y esta exageración en la superioridad de su escuadra puede comprometer algún día su honor en la defensa de sus islas, si tuviera que ir a la guerra para salvarlas.»

Detrás, y al Sur de Puerto Rico, está el Canal de Panamá, que es el único punto vulnerable que pudieran tener los Estados Unidos en una guerra con el Japón. Los millones que se gastasen en fortificar el puerto de San Juan al Norte, y el de Guánica al Sur, podrían considerarse como premio de un aseguro de guerra.

Y quiera Dios, como así lo pido, que la paz perdure entre todas las naciones y los Estados Unidos, aunque no debe olvidarse el aforismo latino, si vis pacem, para bellum.