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A. RIVERO
 
Cuartel defensivo de San Ramón, en la primera línea defensiva de la plaza de San Juan.

faja alta de la culata; se llamaban «El Rayo», «La Víbora», «El Trueno», «El Destructor» y otros nombres semejantes. Muchas eran regalos de particulares, como constaba en las inscripciones, y alguna de ellas figuraba ser un presente de las monjas Carmelitas; los portorriqueños Vizcarrondo y Díaz, cada uno, regaló un cañón de bronce.

Todas estas piezas estaban montadas sobre marcos y cureñas construídos de caoba, capá, roble y otras finas maderas del país; en todas las baterías y llenando el camino de ronda del polígono, había pilas de balas rasas, de granadas y bombas que se conservaban pintadas de negro. En la batería baja del castillo del Morro había seis hornillos para caldear balas rojas, y desde este mismo paraje partía una gruesa cadena, cuyo otro extremo amarraba en el Cañuelo y servía para cerrar el puerto en casos excepcionales. Todo el glacis del Morro estaba minado, permanentemente, en toda su extensión con ramales principales, por los que podía caminar un hombre de pie y otros laterales que terminaban en los hornillos de mina, donde solamente se podía avanzar de rodillas. Una galería comunicaba estas minas con el castillo de San Cristóbal y desde éste continuaba hasta el polvorín de Puerta de Tierra. Gran parte de los subterráneos quedaron cortados dos años antes de la guerra, al hacer excavaciones para emplazar los cañones Ordóñez. Era muy peligroso el transitar por tales caminos, no sólo por su mucha humedad, sino también por los millares de guabás[1] que allí se guarecían.

En el Morro, y ocupando toda su plaza de armas, había un gran aljibe, capaz de suministrar agua a toda la guarnición del castillo por un año; dentro de ese aljibe flotaba, hace mucho tiempo, una pequeña lancha que servía para explorar el estado del depósito. San Cristóbal tenía también otro aljibe, de enorme capacidad, que ade-

  1. Arañas de horrible aspecto que causan picaduras venenosas.—N. del A.