nal, a la que contribuyeron algunos comerciantes con cantidades de 10, 5 y 4.000 pesos), eran ofrecidos al general Macías.
El coronel D. Juan Camó, jefe de Estado Mayor del general Macías, con su conducta poco discreta y nada acertada, mató en gran parte el entusiasmo militar del
país. Cuando estudiemos la figura de este jefe, se verá cuán grande fué el daño que él hiciera a la causa de España en Puerto Rico.
Por las torpezas del Mando, sumadas a la natural depresión que causara en el país la pérdida del Escuadrón de Cervera, y el resultado lamentable del combate entre el Terror y el St. Paul, se originó un malestar creciente, que se convirtió en descontento, y culminó, después de la invasión, en verdadera desbandada. Muchos voluntarios dejaban los fusiles, regresando a sus hogares; algunos guerrilleros y tiradores, hombres, que, voluntariamente se habían agrupado al pie de los estandartes militares, abandonaron sus puestos, desertando unos pocos al extranjero, e internándose en los pueblos montañosos los demás.
A raíz del bombardeo de San Juan, el acto más serio de toda la guerra, el pueblo y los voluntarios, como el ejército, sólo merecieron las más justas alabanzas; pero, al final, toda la organización voluntaria se vino a tierra, por falta de cimientos y de sostén; y no fueron sólo los guerrilleros y los voluntarios quienes esquivaron el peligro, sino que hubo hasta un alto Tribunal de Justicia, que bien pudo celebrar vista pública en plena campiña.
Este fenómeno no ocurrió solamente en Puerto Rico; en Barcelona, tan pronto se anunció un posible ataque de la escuadra del comodoro Watson, millares de familias huyeron al interior, y en los Estados Unidos, cuando se hablaba y se leía de lo que eran capaces de hacer los cruceros españoles (cuyo paradero fué un secreto por semanas), innumerables habitantes de Nueva York, de Boston, y otras ciudades del litoral, cambiaron sus residencias a condados del interior.