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CRÓNICAS
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San Sebastián. En el antiguo caserón de la Audiencia estaban las oficinas de administración militar y la cuadra para el ganado de una de las baterías de montaña. En la Marina radicaba la panadería militar, que, durante la guerra, se convirtió en una verdadera factoría, encargada de la adquisición y distribución de víveres y forraje. La Comandancia de ingenieros tenía su domicilio en el histórico edificio de Casa Blanca, donde estaba el cuartelillo de la Sección de ingenieros telegrafistas, y los pabellones del coronel subinspector D. José Laguna. En la primera manzana, al Oeste de la calle San Sebastián, se levantaba el Hospital Militar, donde también se acuartelaba una sección de sanitarios. Este hospital siempre se mantuvo en pésimas condiciones de higiene. Los castillos del Morro y San Cristóbal tenían gobernadores, siendo el del primero el capitán de artillería D. José Triarte, y del segundo, el autor de este libro.

Las tropas en San Juan ocupaban los cuarteles de Ballajá, San Francisco, Morro, San Cristóbal y el cuartelillo del campo del Morro. En la isla, y en casi todas las cabeceras del distrito, había buenos cuarteles y hospitales.

Las fuerzas militares con que contaba la isla para su defensa estaban distribuidas en los siete distritos militares, y, además, un regular contingente, 60 hombres, guarnecía la isla de Vieques. Los 14 batallones de Voluntarios tenían su Plana Mayor en la cabecera de distrito, y una o más compañías en cada pueblo del mismo.

Escolta del general.—Al abrirse las hostilidades se formó, espontáneamente, un cuerpo de lucidos jóvenes, flor y nata de la sociedad capitaleña, cuerpo que tomó el nombre de Escolta del Capitán General. Por votación unánime fué nombrado capitán de dicha Escolta el valiente, bueno y generoso joven Ramón Falcón y Elias. A raíz del bombardeo, fueron estas sus palabras: «Si Macías sale al campo, para que el enemigo llegue hasta él, tendrá que pasar antes sobre mi cadáver.» Y así, como lo dijo, lo hubiera hecho.

Bomberos y auxiliares de Artillería.—Los bomberos de San Juan fueron agregados al cuerpo de ingenieros. Obreros de todos los oficios, mecánicos y forjadores en su mayoría, se alistaron como auxiliares de artillería, con el deber de concurrir en toda función de guerra a los castillos del Morro y San Cristóbal. Fueron capitanes de estos cuerpos, con uso de divisas y uniformes, los ingenieros Abarca y Portilla. Después de rotas las relaciones diplomáticas se suministraba a estos auxiliares café, dos ranchos con pan, vino los jueves y domingos, y una peseta cada día.

Espíritu del país.—Salvo algunos contados intelectuales, y los bullangueros de cada pueblo, que gustan siempre de pescar en aguas turbias, nadie, en Puerto Rico, deseó la invasión del Ejército norteamericano. Al primer síntoma de guerra, todos los médicos, practicantes, ancianos, y las más prominentes damas, se alistaron bajo las banderas de la Cruz Roja, levantando hospitales, preparando ambulancias, y ofreciendo y realizando desinteresados y valiosos servicios. Más de l.000 jóvenes, voluntarios, se afiliaron en las guerrillas; cerca de 400 auxiliares abandonaron sus talleres para ceñir el machete. Hombres, caballos, víveres y oro (se abrió subscripción nacio-