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CRÓNICAS
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El sol de fuego, que arde aquí todo el año, vivificó aquellos colores que, durante cuatro siglos, flamearon a las brisas del Luquillo, y, como ofrenda de amor, hicimos gustar a los marinos de España las dulzuras de nuestras piñas y las concentradas mieles que elaboran nuestros cañaverales. Ellos reposaron de las fatigas de su viaje bajo los palmares portorriqueños, y al marcharse, cuando el Alfonso XIII pasaba bajo el cañón del Morro, también las palomas blancas de mil pañuelos revolotearon desde la orilla en cariñoso saludo. No terminó aquella leyenda... continúa.

Acorazado español Alfonso XIII, fondeado en el puerto de San Juan.