-el pecho cubierto de cruces, ganadas, no en las poltronas de una oficina, sino en campo abierto, frente al enemigo.
Rafael Ubeda Delgado, teniente coronel, comandante militar de otro departa- mento, pide también armas para sus reclutas voluntarios: «No, dice Camó; esas ar- mas, que saldrían hoy del Parque, irán a parar, más tarde, a manos del enemigo.
Y todavía, a última hora, cuando las fuerzas españolas se batían en retirada desde Guayama a las posiciones de Guamani^ escribe el capitán Acha, cuya guerrilla, inte- grada por nativos, en su mayor parte, tuvo 1 7 bajas en un efectivo de 40 hombres, lo siguiente: «Proponga usted, para ser recompensados, ocho individuos de su gue- rrilla, procurando que la designación recaiga, precisamente, Qn peninsulares.» No ol- vide el lector que el capitán Salvador Acha era portorriqueño.
El capitán de Estado Mayor D. Emilio Barrera le propuso utilizar trenes blinda- dos y artillados, con las piezas de tiro rápido de los buques de guerra, para que operasen a lo largo de la vía férrea, y tal oferta fué declinada.
Yo afirmo que, en muchas ocasiones, vi llorar de rabia y vergüenza al general Ri- cardo Ortega, después de sus entrevistas con el coronel Camó, en que éste, excusán- dose con instrucciones recibidas de Macías, se oponía a que el primero saliese a campaña al frente de las fuerzas acantonadas dentro y fuera de San Juan.
No fué el coronel Camó un cobarde, un traidor ni un torpe; fué, solamente, un jefe obcecado, retrógrado, miope e incapaz de torcer sus opiniones ni sus juicios. Sus resoluciones, que influyeron en el procesamiento de los coroneles Soto y San Martín, fueron otras dos grandes injusticias, porque aquellos jefes procedieron, siempre, den- tro de las instrucciones superiores que tenían recibidas. El suicidio de Francisco Puig, teniente coronel del batallón Cazadores de la Patria, fué debido, exclusivamen- te, a la dureza de lenguaje y trato injusto que recibiera aquel jefe del coronel Camó.
El desastre del río Guasio, único incidente lamentable en toda la guerra, fué re- sultado de su imprevisión, porque nunca se enviaron tropas de socorro, habiéndolas en Arecibo, en Utuado, en Lares y en Pepino, todas a una jornada de aquel sitio y con tiempo sobrado durante los días que transcurrieron del lO al 1 3 de agosto.
Las actuaciones de este jefe, en quien deben recaer todas las responsabilidades de la campaña en Puerto Rico, pueden condensarse en pocas frases: «Nada hizo; nada dejó hacer; desconfió de todos, y de todos fué malquisto.»
Este marino, de histórico renombre, nació en Washington, en IJ de diciembre de 1849, y fué, después de aprobar los cursos reglamentarios, graduado como ofi- cial de la Armada en la Academia Naval de los Estados Unidos en 1 868. El 1 5 de febrero de 1898 era segundo comandante del crucero Mahíe, cuando este buque voló en el puerto de la Habana. Al estallar la guerra hispanoamericana