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A. RIVERO
 

y furtivamente, veníamos a la ciudad para saber de nuestras familias, y supimos que algunas patrullas españolas andaban por los alrededorres practicando reconocimientos. Una tarde de agosto, las tropas americanas levantaron su campamento de Guánica y se dirigieron a Yauco, y todos las seguimos. El día 9 de dicho mes, y ya reunido un fuerte contingente de las tres armas, al mando del general Schwan, emprendimos la marcha por Sabana Grande hacia San Germán, adonde llegamos al siguiente día. Nuestra población, como todas las demás por donde pasaban los invasores, los recibió con el mayor entusiasmo entre "vivas" y "hurras" arrojando flores a su paso; era el confiado pueblo de siempre, que desde el primer momento creyó en las promesas del generalísimo Miles, quien anunciaba una invasión pacífica y humana, proponiéndose derramar en nuestra isla las bendiciones de vida y progreso del pueblo americano...

La brigada del general Schwan, al llegar a San Germán, hizo alto a lo largo de la calle de la Luna; el Jefe, su Estado Mayor y la alta oficialidad almorzaron en la elegante morada del prominente nativo don Joaquín Servera, donde fueron espléndidamente obsequiados y atendidos, y allí mismo se efectuó la recepción de todas las autoridades y de distintas comisiones del pueblo, tomándose el acuerdo de ocupar y tomat posesión de la Municipalidad.

Parece que existía el propósito de acampar por algún tiempo en San Germán; pero como a eso de la una de la tarde llegara la noticia de que el grueso de las fuerzas españolas se había atrincherado sobre la carretera de Mayagüez y en paraje inmediato al desvío a Cabo Rojo, el General resolvió seguir la marcha y trabar combate.

Toda la brigada se puso en camino, seguida de un gran convoy; eran más de 1.400 hombres, con bastantes cañones, y un escuadrón de caballería; Lugo Viña, con un grupo de nativos, iba a la descubierta; otros reconocíamos los flancos, trepando a todas las alturas inmediatas, y no pocos venían a retaguardia; éstos eran los más precavidos. La tarde era lluviosa, y los ríos desbordaron por una fuerte avenida; y como el convoy ocupaba todo el ancho de la carretera, teníamos necesidad, para acompañar a la columna, de caminar por entre las cunetas del camino, y con el agua hasta la cintura en muchos casos; así llegamos hasta la hacienda Acacia, donde se hizo alto, se emplazaron los cañones y comenzó un combate que duró algunas horas, siempre bajo la molestia de frecuentes aguaceros. Después he sabido que todas las tropas españolas que nos hacían frente no pasaban de 150 hombres, que desde Mayagüez habían llegado hasta Hormigueros, corriéndose una parte hasta la hacienda San Romualdo. Al principio el combate consistió en un duelo entablado de hacienda a