Cerca del faro existe una pequeña ensenada, y, desde ella, en un bote, Veve y su intérprete se dirigieron al costado del crucero americano, avistándose con su ca- pitán Charles J. Barclay, quien, al enterarse de todo, habló así: -Yo soy Barclay; ¿quién es usted y qué desea? El doctor, algo desorientado por la pregunta, contestó:
-Soy el jefe del partido popular de la ciudad de Fajardo y vengo a proponer a usted la toma de la plaza por las fuerzas de los Estados Uni- dos, como medida necesaria para garantizar el orden y evi- tar a sus habitantes un día de luto.
--Siéntese y espere aquí al capitán Rodger, quien es el comandante de las fuerzas navales a la vista.
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Poco después vino el capitán Rodger, un marino alto, rubio, como de cincuenta años de edad y con cara de tener muy pocos amigos; le acompañaban Barclay y un intérprete. Nuevamente el doctor Veve explicó su misión; aquél escu- chóle con atención, entablándose el siguiente diálogo:
-¿Qué garantía me ofrece usted para que yo pueda tomar en consideración su oferta?
-Mi vida; respondió Veve. Desde este momento soy su prisionero.
-¿Cuántos hombres necesita usted para capturar la ciudad de Fajardo? -Con un centenar tengo bastante, pues cuento con el auxilio de una parte del pueblo. Entonces el capitán Rodger, volviéndose a Barclay le dijo:
-All right; ordene usted lo necesario y baje a tierra con este señor.
Con señales de banderas se llamó al Leyden, éste atracó al costado del Amphitrite y Veve, con su intérprete, Barclay y algunos marinos, transbordaron. El capitán W. S. Crosley preguntó al doctor: