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CRÓNICAS
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mismo camino y después de algunos disparos, se les transportó, a brazos, a dicha loma de la Maravilla, donde fueron colocados entre dos árboles de mangó (que aún existen en aquel paraje) y con fuego fijante, continuó cañoneando, a tiro de fusil, al revuelto montón de infantes, caballos y artilleros que se debatían en un estrecho sitio, sumamente pantanoso por las recientes lluvias. El alza empleada por el teniente Rogers varió entre 800 y 1.000 yardas.

El blanco—dice dicho teniente—era un grupo de tropas que corría en todas direcciones por los caminos o a campo traviesa, y además, su tren de bagajes; también ciertas malezas, dentro de las cuales se veía moverse fuerzas de infantería. Disparé en total seis granadas y 26 shrapnels. Algunos cañonazos fueron dirigidos, por orden del comandante de la brigada, a ciertos objetos blancos que movían los españoles. El combate duró desde las once de la mañana hasta la una de la tarde.

Añade el teniente Gardner que el camino estaba en tan mal estado, que muchas veces necesitó cinco parejas de caballos para arrastrar una pieza, y en otra ocasión, al cruzar un paso arreglado de momento por la sección de Zapadores, tres pares de prolongas, tiradas por infantes, fueron necesarias.

La fuerza de caballería, que formaba parte de la vanguardia con el teniente Valentine, entraron en Las Marías a las siete de la mañana del 13, tomaron informes, y volviendo grupas, esperaron fuera del pueblo la llegada del teniente coronel Burke; este jefe, después de recibir el parte, ordenó el avance para establecer contacto con el enemigo. Hízolo así el teniente (un bravo oficial, a quien el autor conoció más tarde), y llegando al pueblo, lo cruzó sin detenerse, bajando por el camino que conduce, entre cafetales, hacia las vegas de Blandín.

Ni una sola pareja de guerrilleros prestaba servicios de descubierta en la loma de la Maravilla. Abajo, a la orilla del crecido río Guasio, 1.400 soldados españoles esperaban, pacientemente, a que bajasen las aguas.

Recuerdo, al llegar aquí, ciertos párrafos de un libro de Nansen, donde relata lo que le ocurriera al desembarcar en un lugar de Finlandia, para adquirir perros que tirasen de sus trineos. Encontró una tribu de finlandeses acampados bajo sus tiendas de pieles, y cerca de unos pantanos, donde crecían verdes juncos; aquella gente había arribado allí antes de que los juncos estuvieran en sazón para ser cortados, y entonces decidieron esperar sin impaciencia, y por muchas semanas, a que llegara el momento de segarlos.

Así, Osés y sus oficiales, con ignorante confianza no aprendida en los libros ni en las academias, esperaban a que el río Guasio disminuyese el caudal de sus aguas; detrás de ellos, a menos de 1.000 metros, había fuertes posiciones, de las que dan cabal idea las ilustraciones del texto.

El teniente Valentine mandó echar pie a tierra a su tropa y rompió fuego de tercerola; esto alarmó a los de abajo y desde aquel momento dio comienzo la desas-