He tenido la desgracia de haber sufrido la fractura de una pierna, pero mantengo el mando desde mi camilla.»
Seguidamente reuní al teniente coronel Osés, al de igual empleo Suau, de Voluntarios, y al teniente Olea, que mandaba la sección de artillería de montaña, y les expuse mi resolución de esperar al enemigo, resguardados en las excelentes posiciones del cementerio, reforzadas con algunas trincheras.
Todos opinaron de igual manera, y al trascender la noticia a la tropa renació el entusiasmo. Debo hacer mención especialísima del valeroso teniente de artillería, quien, en diversas ocasiones, me dijo:
—Ofrezco a usted detener al enemigo con mis cañones, emplazados en el cementerio, todo el tiempo que sea necesario.
Aquella noche descansó parte de la fuerza, y el resto estuvo trabajando para llevar a cabo el plan acordado.
Al siguiente día, 12 de agosto, recibí esta comunicación:
«Guardia civil.—Comandancia de Ponce.—3.ª Compañía.
El excelentísimo señor capitán general, en telegrama urgentísimo, me dice lo siguiente en esta fecha, y en telegrama expedido a las 2.30 madrugada: