donde yo tenía la fuerza, me llamó, y cuando fuí a su lado me hizo varias preguntas acerca del combate y sus incidentes; esto duraría como unos quince minutos. Nos despedimos y él tomó el camino loma abajo; yo subí en busca de mi fuerza al sitio donde la había dejado. No encontré un solo hombre, el capitán Huertos la había hecho desfilar por otro camino, hacia atrás, y pude verlos a una distancia de medio kilómetro, teniendo yo que correr para incorporarme.
Así fué como se retiraron mis fuerzas, y así fué como terminó el combate, sin que durante el mismo nadie me prestase auxilio alguno ni me enviasen municiones, víveres ni agua.
Cuanto se diga o escriba sobre intervención de otras compañías o de otros jefes en este combate será una gran mentira; mi compañía y el puñado de guerrilleros sostuvieron, durante toda la tarde, el empuje de una brigada americana con numerosos cañones y de un escuadrón de caballería, al que veíamos galopar en varias direcciones, como amenazando con cortar nuestra retirada.
Me incorporé al resto de mi batallón con la tropa extenuada, hambrienta y los uniformes destrozados, y todos juntos, sin entrar yo en Mayagüez ni ver a mi esposa y mis hijos, acampamos sobre el camino de Maricao.
Hasta aquí el interesante relato del capitán Torrecillas, relato al cual conservamos toda su espontaneidad. Este oficial, más tarde, y ya en España, fué recompensado por aquel combate con una simple cruz Roja; como pidiera mejora de recompensa, obtuvo, con fecha 14 de marzo de 1899, la misma cruz Roja del Mérito Militar, pensionada con la mitad de la diferencia entre su sueldo y el del empleo inmediato.
El teniente Vera, recogido aquella noche por un médico americano, a las órdenes del doctor B. K. Ashford, fué conducido al Hospital de la Cruz Roja de Mayagüez, y allí se le atendió con gran esmero.
Y, ¡rara coincidencia!; en dos camas inmediatas estuvieron, varios días, lamentándose de sus heridas y conversando amigablemente, el teniente Vera y el de igual empleo J. C. Byron, el cual formaba parte del Estado Mayor del general Schwan, y quien fué el oficial cazado por el primero.
Lo que escribió al autor el coronel Soto.—«En la marcha desde Mayagüez por el camino de Las Marías, toda la columna a mi mando hizo alto en un punto donde la carretera se bifurca, punto conocido con el nombre de los Consumos; después que los guerrilleros exploraron el camino de la derecha que conducía a Maricao, resolví tomar el de la izquierda, y dejando la vía ordinaria seguimos por entre lomas hasta llegar a la hacienda de café Nieva, en donde, y a pesar del aviso enviado por un pai-