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CRÓNICAS
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fuego individual, usando pólvora negra, lo que me obligó a suspender el fuego, porque una nube de humo muy espeso ocultaba a los americanos. La situación era grave; el enemigo, aunque indeciso, seguía avanzando lentamente; yo no recibía refuerzos, a pesar de los muchos avisos que envié al jefe de mi batallón, y las municiones iban escaseando; tenía varios heridos, creo que siete, y además un muerto, un excelente soldado que se llamaba Nicanor García.

Los Consumos: A la derecha, la carretera que conduce a Maricao; a la izquierda, el camino a Las Marías.

Olvidé anotar que el teniente Vera, al disparar su Máuser, bajó el arma y me dijo:—«Capitán, cayó el primero.»—No había terminado de decirlo, cuando recibió un balazo que le destrozó la pierna derecha, produciéndole una fuerte hemorragia.

El practicante de la compañía lo curó como pudo, y lo arrastramos hasta ponerlo a cubierto del fuego.

Como mi retirada fué tan imprevista, no me acordé de este oficial, quien quedó abandonado en la maleza, cayendo aquella noche en poder del enemigo.

Eran las cuatro de la tarde, me quedaban diez cartuchos por plaza y envié el último parte: un papel escrito con lápiz, diciendo al teniente coronel Osés que no recibía refuerzos, que se me acababan los cartuchos, y que cuando esto sucediese estaba resuelto a bajar con mi gente cerrando a la bayoneta con el enemigo y pelear mientras quedase un hombre vivo. Veinte minutos después se terminaron los cartuchos, y, entonces, dí la voz de asegurar en los fusiles los cuchillos Máuser; cuando ordenaba mi gente en línea se presentaron el comandante Jaspe y el capitán Huertos, ambos de mi batallón. El comandante, que estaba hacia abajo, como a 50 metros de