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CRÓNICAS
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se perdió bastante tiempo; llegó un correo anunciando que fuerza de caballería maniobraba hacia Hormigueros con intención de flanquear el cerro de las Mesas; otro parte vino, desde la playa, avisando que buques de guerra enemigos estaban a la vista [1].

Puente de Silva.

Poco después se recibió un parte urgente, del capitán Torrecillas, anunciando que «estaba exhausto de municiones; la tropa agotada por la fatiga y el calor, bajo una lluvia de granadas y balas de fusil, y que las fuerzas enemigas, desembocando por el puente de Silva, escalaban, en aquellos momentos, las lomas del mismo nombre. Sólo me quedan 10 cartuchos por plaza, y si no me envían municiones, estoy resuelto a cerrar a la bayoneta contra el enemigo, y sea lo que Dios quiera».

Hubo amagos de indisciplina; se murmuró en voz alta por oficiales y sargentos, y el capitán Manuel García Cuyar dijo, casi a gritos, que «aquello era una vergüenza para el Ejército español». Suau apoyaba a los descontentos, y Osés nada hacía para restablecer la disciplina.

Reunida por Soto toda la columna y al frente de ella, bajó a la ciudad, adonde llegó cerca de las diez de la noche; la población, casi a obscuras, estaba desierta, y las pocas personas que encontraba al paso le daban noticias alarmantes. «Los americanos estaban ya en el cementerio; barcos de guerra desembarcaban tropas en la playa y en Cabo Rojo, y en el puerto, un fuerte escuadrón enemigo, enfilaba la ciudad con sus cañones». Bajo la impresión de tales avisos, el jefe de la fuerza ordenó

  1. Este aviso fué una falsa alarma.—N. del A.