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CRÓNICAS
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oficiales del Ejército español; llamé a Molina, del Ejército cubano, y también a varios jóvenes paisanos. Otro día Muñoz me pasó nuevo aviso.

—No siga su trabajo—me dijo—, tratan de imponerme por jefe de la Policía a un soldado alemán. Estoy cansado y deseo irme; guarde sus papeles por si algún día puedo llamarle nuevamente en nombre de mi país.

Mucho tiempo después recibí una carta, que conservo, del general Reed; me ofrecía, a nombre del gobernador, el puesto de jefe de la Policía, dándome cuatro horas para contestarle. Un minuto me bastó para agradecer y declinar la oferta. Más tarde, el sabio comisionado de educación, Brumbaugh, me nombró profesor de la «High School», para las asignaturas de Física y Química; le di las gracias y renuncié.

—Déme un hombre—me dijo—; y yo le llevé a Pepe Janer, un ilustre portorriqueño, salido de cepa de sabios educadores y altísimos caballeros.

Y seguí, como Peary, aunque en modestísima esfera, en la ardua tarea de conquistar el Polo Norte. No se achaque a vanagloria si consigno que el voluntario abandono de mi carrera militar, después de veinte años de servicios, sin una tacha en mi expediente y cuando lucía en las bocamangas las tres estrellas doradas de capitán, tuvo por único objeto el poder seguir la suerte de mi país; nacido en los campos de Trujillo Bajo, érame imposible vivir el resto de mi vida lejos de la vieja ermita donde decía su misa diaria el bondadoso padre Mariano.

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Para la noble hispana, para su Ejército y, sobre todo, para sus artilleros, para los españoles todos, conservo un gran amor, una eterna gratitud. Afirmo mi origen y estoy alegre, ¡muy alegre!, de que por mis venas corra sangre de españoles. Juan Rivero y Rosa Méndez nacieron ambos en Las Palmas de la Gran Canaria.

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El año 1913 estuve en Segovia, visité el Alcázar y la Academia de artillería, y al ver en su claustro una larga fila de cuadros me acerqué y pude leer: Ángel Rivero Méndez. Era mi nombre como teniente de artillería, entre todos los de mi promoción. Cuando el coronel Acha, en Madrid, al visitar yo el Centro Electroctécnico, me ofreció un compás de precisión, grabados en él mi nombre y la fecha de aquel día; y cuando en la fábrica de Granada el comandante Garrido, artillero de fama mundial, me obsequiaba con dos bastones construidos con un explosivo poderoso; cuando Acha, Iriarte, Arespacochaga, Anca, Sánchez Apellániz, Sánchez de Castilla, Alonso, Caturla, Castaños, Laguna y muchos militares más que fueron compañeros de armas, apretaron mis manos con el cariño de antiguos camaradas..., experimenté inolvidables y dulces emociones.

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