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CRÓNICAS
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Playa del Este, vía Haití.

Julio 18, 1898.

Secretario de la Guerra, Washington, D. C.

En un. mee ting entre el almirante Sampson y yo, el sábado, fué elegido el Cabo San Juan como el mejor lugar para el desembarco en Puerto Rico. Creo se evita- rían mucha dilación y complicaciones, si, inmediatamente, pudiéramos salir para allí. Hombres y animales llevan muchos días embarcados.^— Miles. Con fecha 21 de julio el secretario de la Guerra, Alger, decía al generalísimo: Mayor General Miles, a bordo del YaLE.

Playa del Este. Wilson está camino de Fajardo; un acorazado y un crucero protegido se enviarán seguidamente para protegerlo a su llegada. El Presidente ha dado estas instrucciones' al Secretario de Marina.

Además de la expedición de Wilson y Schwan también estaba apunto de zarpar la del general Brooke^ sin que un solo buque las convoyara, mientras que en San Juan, y a pocas horas de Fajardo, había fondeadas fuerzas navales muy respetables. Era, por tanto, justificada la alarma del Gobierno de Washington, alarma que se tradujo en el siguiente mensaje:

Oficina del Ayudante General.

Washington, julio 26, 1898.-4,25 tarde.

Mayor General Miles. Puerto Rico.

Llegan noticias contradictorias acerca del sitio donde ha desembarcado. (jPor qué hizo ese cambio? Dorado cerca de Ensenada, 15 millas al Oeste de San Juan, es repu- tado como un excelente lugar de desembarco. El Yosemite estuvo allí y permaneció varios días. ^-Envió buques para dirigir a Schwan y Wilson, ahora en camino, al si- tio donde puedan encontrarle a usted.^ General Brooke saldrá mañana del fuerte Monroe.

R. A. Alger, secretario de La Guerra.

A este cable no contestó el general Miles hasta el 28 de julio desde el puerto de Ponce: «Se había dado demasiada publicidad a la empresa, y por eso decidí hacer lo que menos esperaba el enemigo; en vez de desembarcar o hacer un amago de des- embarco, en Fajardo, opté por ir directo a Guánica.» ^ Matos Bernier. — Refiere el generalísimo que en la mañana del 27 de julio, y cuando estaba a caballo a la puerta de su tienda de campaña, mirando los campesi- nos que regresaban a sus hogares: «se me acercó un hombre alto, flaco, de ojos ne- bros, un venerable portorriqueño, quien deteniéndose junto al caballo, me miró a la cara con el mayor interés, excitando mi atención. Le hablé con cariño, preguntán- <iole qué deseaba, y dijo en buen inglés: «¿Es usted el general Miles.^>; y a pesar de ^ Nelson A. Miles: Servhig the Republic, pág. 297.