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CRÓNICAS
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La suerte, que siempre sigue en la guerra a los más osados, acompañó al general Miles. Si toda la fuerza de Ponce, por ferrocarril, y toda la de Mayagüez, por las carreteras de San Germán y Adjuntas, hubiesen caído sobre Yauco, tal vez el generalísimo habría lamentado no haber seguido su primitivo plan de campaña.

Veinticuatro horas permanecieron sin avanzar las tropas americanas después del combate, esperando otra acometida de las fuerzas españolas..... Nunca fué sitio apropiado para dirigir operaciones de guerra, la muelle poltrona de un confortable despacho.....

A la misma hora en que los soldados de España y los de la Unión Americana engañaban el hambre con galletas de munición y frutas sin madurar, Camó y su camarilla tomaban té, fumaban exquisitos vegueros de las riberas del Plata entre las puestas y codillos de su agradable partida. Las veladas de Santa Catalina no se parecían a las que disfrutaron las tropas del teniente coronel Puig en los campos de Yauco y su vecindad [1].

Ocho mil soldados regulares y seis mil voluntarios estaban huérfanos de mando. Había el hombre; era el general Ricardo Ortega quien, desde la sangrienta acción de San Pedro Avanto, sabía lo que eran combates en campo abierto. Pero este soldado estaba casi recluído en San Cristóbal y tratado como un loco peligroso, porque había dado en la manía de soñar con días de gloria para su Patria y para su Ejército.

Poco después del combate de Guánica, y cuando llegaron a San Juan procedentes de Arecibo las fuerzas que mandara el teniente coronel Puig, rogué al teniente Rafael Colorado que me escribiese unas notas referentes a la guerra. Su carta (que conservo y en la cual se consignan no pocas verdades amargas y bastantes cosas que por ahora mantendré ocultas, para que muchos que aun viven y de la vida gozan no sepan que sé flaquezas suyas) contiene datos muy interesantes. De ella son estos párrafos:

Puig siempre tuvo fe en el éxito del combate; aparecía animoso y jovial mientras recorría a caballo las guerrillas más avanzadas, arengando a sus soldados, quienes mostraban el más grande entusiasmo. Durante aquella noche (25 de julio) me dijo varias veces que tan pronto llegasen los refuerzos que, indudablemente se le habrían enviado, intentaría arrojar al mar, a bayonetazos, a las fuerzas enemigas.

La mayor parte de mi guerrilla montada fué enviada por la noche, pareja tras pareja, en busca de los voluntarios que habían quedado en el cauce seco del río Susúa. Ni guerrilleros ni voluntarios se nos incorporaron; al día siguiente y cuando regresabamos a Yauco, los exploradores de vanguardia encontraron a orillas de aquel río las mochilas de los voluntarios, pero ni rastro de ellos. Durante la noche del 25 y mañana del 26, toda la fuerza estuvo sin probar alimento. A nuestra salida de Yauco, el jefe de la columna dejó dinero bastante para que se preparase un buen

  1. Nunca tomó parte activa en estas veladas el general Macías; concurrían a ellas los parásitos que siempre rodean al Alto Mando.—N. del A.