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A. RIVERO
 

vapor español, ^o. varado. El me manifestó que, antes de salir de San- tiago, ,eí almirante Sampson le había ordenado que no expusiese este buque a grandes riesgos ni peligros por razón alguna; sin embargo, el comandante Emor}) intentó dicho segundo ataque para destruir el Antonio López, porque ^a se veían algunas lanchas saliendo del puer- to j; con la intención manifiesta de alijar la carga de municiones y per- trechos de guerra que aquel buque conducía. Estaba en progreso este ataque cuando fuimos cañoneados por tres buques de guerra que sa- lieron del puerto. El Yosemite sólo montaba cañones de cinco pulga- das de 40 calibres de longitud, que tenían un alcance efectivo de cinco millas o menos; por esto fué imposible para nosotros acercarnos al Antonio López a tiro eficaz, sin que sufriésemos el efecto de los gruesos cañones del Aforro, Este castillo hizo disparos excelentes, ¡Yo saludo a sus artilleros! ^ Recuerdo, además, haber visto distinta- mente los reflejos luminosos de un heliógrafo que estaba funcionando sobre el castillo de San Cristóbal, '^ y esto nos convenció de que toda ¡a costa estaba en comunicación telemétrica i; que sería tarea sencilla para los artilleros españoles cañonearnos con probabilidades de éxito, toda vez que tenían medios de apreciar las distancias; ^ como prue- ba de esto añadiré que algún disparo cayó tan cercano al Yosemite, que la columna de agua levantada entró por los huecos de las portas; la ma})oría de los provectiles ca]^eron en el mar, hacia la popa, lo cual nos hizo pensar que ustedes no se habían dado cuenta de que nues- tro buque no estaba parado, sino marchando muy lentamente, a cuatro o cinco millas por hora. Si esto hubiese sido notado, yo creo, induda- blemente, que hubiéramos sido hundidos aquella mañana. Las tra- yectorias de los disparos enemigos eran tan elevadas, que los pro- yectiles caían en el mar verticalmente; y si uno solo de ellos hubiese tocado cubierta, seguramente atraviesa todo el buque, saliendo por la quilla. La tierra más cercana estaba también abajo, algunos milla- res de brazas hacia el fondo. Recuerdo que desde que vi el humo de un disparo del Morro hasta que el proyectil cayó en el agua transcurrieron treinta y cinco segundos, lo que me dio una distancia aproximada de seis a siete mi- llas, y también pude observar algunos proyectiles desde que salían de las bocas de los cañones en todo su curso hasta que tocaban en el mar. Uno pasó muy cerca de la boca de la chimenea, rozó a su paso el bote-ballenera de a bordo y se hundió en el mar; yo seguí con la vista la estela que iba dejando en el agua, bajo la superficie, por más de un centenar de pies. 1 Traslado este saludo al coronel Iriarte Travieso, jefe de la artillería del Morro aquel día. N. del A. 2 Este heliógrafo, montado en San Cristóbal, estaba en comunicación con otro situado en Punta Salinas, y arnbos operados por el Cuerpo de Ingenieros militares. — N. del A.