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A. RIVERO
 

todos los resortes diplomáticos, abre las cajas de Tesorería, y aquellos buques se llamaron poco después New Orleans y Albany; compra el crucero Nicthers, de 7.080 toneladas, y el Diógenes, bautizados después Buffalo y Topeka. Adquiere, siempre sin regatear el precio, el Somers, 60 yates, algunos cañoneros, cuatro grandes trasatlánticos y 11 remolcadores.

No contento aún, fleta cuatro grandes vapores y 15 escampavías que usa como cañoneros auxiliares. Total, 98 nuevas unidades con que aumentó el efectivo de la escuadra americana. Los vapores St. Louis, Yale y St. Paul fueron equipados con aparatos especiales para pescar y cortar los cables submarinos. El Vulcan, convertido en taller flotante, es provisto, además, de aparatos para destilar agua, aparatos que también tenían otros buques, así como maquinarias que fabricaban el hielo. El Vulcan resultó un éxito; frente a Santiago de Cuba surtió de piezas sueltas para sus maquinarias y también de herramientas a 31 buques de su escuadra; 26 naves de guerra fueron reparadas sobre el mar por el Vulcan.

El secretario Long usó como transportes, sólo en las Antillas, más de dos docenas de grandes vapores. Todo este inmenso material flotante, unido a las escuadras de combate en aguas de América, sumaron ciento cincuenta y cinco buques; y ni uno solo se perdió por accidente o por combate, lo que habla muy alto en favor de la pericia de sus capitanes y tripulaciones.

Ese poder formidable impulsado por el brazo de acero del secretario Long, recorre los mares de América y Oceanía, y además amenaza las costas de España (escuadra del comodoro Watson); destruye en Cavite los buques de Montojo, en Santiago de Cuba los de Cervera, bloquea a la Habana y otros puertos, desembarca marinos en Cuba, en Guánica, Ponce y Arroyo; bombardea Matanzas, Santiago de Cuba y San Juan, y cuando se firma la paz la eficiencia de acorazados, cruceros, buques menores y auxiliares era aún mayor que al declararse la guerra.

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El abogado Long, desde su despacho, lo sabe todo. En 16 de abril había recibido una carta confidencial, de Madrid, en la cual se incluía una relación de toda la escuadra de guerra y auxiliares de la marina española anotadas, sin error alguno, todas sus ventajas y deficiencias, así como los movimientos efectuados por aquellos buques y muchos de los que pensaban realizar. Recibe también recortes de El Imparcial y de otros periódicos de Madrid, en que se da cuenta del número de torpedos—190—que se enviaron a Cuba, señalando los puntos en que dichos torpedos fondearon; toda esta información fué tomada por aquel periódico de labios del ex ministro Beranger. El cónsul americano en Cádiz remitió también valiosísimas informaciones.

El secretario, con los planos a la vista, vigila en su viaje a la flota de Cervera;