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A. RIVERO
 

dos; cada semana varaban dos o tres, y sus tripulaciones, compuestas de hombres de todas las naciones, estaban al borde del motín.

Y así, cuando en los primeros días de mayo la Gaceta oficial publicaba un cable de Madrid dando cuenta del glorioso triunfo de Montojo en Cavite, contra la escuadra del comodoro Dewey..., pareció la cosa más natural. «¡Ya lo decía yo!», era la frase corriente.

Fué una tarde del mes de abril en que, abusando de los fueros de mi uniforme y de estar declarado el estado de guerra, estuve a punto de encerrar en los calabozos de mi castillo a Pedro Gómez Laserre, antes y hoy excelente amigo mío, porque en público se permitiera decir que «Sampson y sus acorazados se comerían sin remedio al escuadrón de Cervera». Si Pedro Gómez no lo pasó mal entonces fué porque lo creí loco. Sólo así se le podía perdonar que pensase y dijese semejantes desatinos. Dios y Pedro Gómez me perdonarán lo que pensé y no hice aquella tarde de abril.

España poseía una gran flota mercante de rápidos trasatlánticos, que pudo usar como carboneros, escuchas y auxiliares. La Compañía Trasatlántica contaba con 22 vapores de elevado tonelaje y andar superior a doce millas; Pinillos, con cinco; Prats, Anzotegui, Hijos de J. Jover y Serra, Jover y Costa, Marítima de Barcelona y otras Compañías podían ofrecer 127 vapores, que hacían un total de 154 buques, los cuales, contrastando con los de la escuadra, estaban en excelentes condiciones de vida y eficiencia, siendo sus capitanes y marinos hombres avezados a largos viajes, valientes y tan osados, que aun recuerdan los profesionales americanos las bizarrías del Monserrat y otros trasatlánticos que rompieron el bloqueo de las costas de Cuba. Esa flota, una de las primeras del mundo, quizá la primera en aquella época, fué usada con punible torpeza. Cervera y su escuadra anduvieron errantes de Martinica a Curaçao y de Curaçao a Santiago de Cuba, sin encontrar un solo buque carbonero, y por eso, en vez de refugiarse en el puerto de la Habana o en el de Cienfuegos, lo que indudablemente hubiera evitado la destrucción de su escuadra, el almirante tuvo que entrar en Santiago de Cuba porqué alguno de sus cruceros estaba quemando las últimas toneladas de carbón.

Como una muestra de las actividades del ministro Bermejo, deseo transcribir los siguientes despachos dirigidos a Cervera, a la Martinica, por conducto del general Vallarino, comandante principal de Marina en Puerto Rico:

Ministro de Marina a Almirante Cervera.

Madrid, mayo 12, 1898.

... Vapor Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés con 3.000 toneladas de carbón, debe llegar a ese puerto.



El abogado Sr. Gómez es, actualmente, registrador de la Propiedad en Cayey, Puerto Rico.—N. del A.