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CRÓNICAS
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Contaba la Marina española en 1898 con un núcleo, no despreciable, de cru- ceros de combate que, para halagar a las multitudes, fueron bautizados con el pomposo nombre de acorazados. Eran los cruceros Vizcaya, Infanta María Te- resa y Almirante Oquendo, construidos poco tiempo antes en los astilleros del Nervión (Vizcaya). Además, la casa Ansaldo, de Genova, había entregado a Es- paña un magnífico crucero acorazado, el Colón, que nunca llegó a montar dentro de sus torres los cañones de 254 milímetros, que constituían su más poderosa artillería. El Carlos V, Alfonso XIII, así como los destroyers Terror, Furor y Plutón, conf- irmaos por la casa inglesa Tompson, eran elementos de guerra de importancia. La organización española de mar aparecía superior a la americana en torpederos, caño- neros y destroyers. El Pelayo, famoso acorazado, era simplemente un espantajo, un glorioso pontón, al que le faltaba el blindaje de toda una banda. Los periódicos de Madrid llenaban sus páginas con relaciones de los buques de guerra nacionales, más de un centenar, desde el Pelayo al Ponce de León, sin olvidar a la gloriosa Numan- cia. La mayor parte de estas naves carecían de armamento adecuado; sus máquinas estaban casi inútiles y sus cascos corroídos por la navegación en mares tropicales. Las tripulaciones carecían de instrucción, y muchos de los cabos de cañón nunca habían disparado una pieza. En cuanto al valor, al heroísmo de oficiales y marinos, no fallaron en sus juicios ni el almirante Bermejo ni la Prensa española.

John Davis Long... .

A bordo de sus buques pelearon con heroicidad, rayana en locura, y cumpliendo lo que de ellos se esperaba, demostrando en Cavite, en Santiago de Cuba, en Matanzas, en San Juan de Puerto Rico y en todas partes, que sabían morir con honra v que tenían coraje. Así aquellos valientes muchachos realizaron todo cuanto de ellos exigiera el pueblo español. Esa ola de optimismo y falsedades llegó hasta Puerto Rico, arraigando en sus defensores la creencia en el inven- cible poder marítimo de España. Aun recuerdo con pena aquellas veladas en el castillo de San Cristóbal presididas por el bravo general Ortega; a ellas asistíamos todos los oficiales de artillería y nuestros jefes Sánchez de Castilla y Aznar. Barbaza, artillero y capitán, hombre simpático y de grandes alcances, usaba y abusaba de sus conocimientos de inglés y de otros idiomas, traduciéndonos los juicios y comentarios de nuestros amigos franceses y alemanes. La escuadra de Cervera, ala que siempre llamamos ^i-(:^<2<^r6';¿ johnDavis Long, secretado de Marina ♦^-1..-. ^,,.-^^-^4- • i- ' n í. ' 'Li ' de los Estados Unidos durante la erue- para aumentar su importancia, era una flota invencible; mas , . ^

  • r ' V,, ^ ^^^ hispanoamericana.

de sesenta unidades la integraban. Navegando en orden de marcha, ocupaba muchas millas; buques austríacos la reforzaban. Todo esto, unido presagiaba un glorioso y próximo combate. De otra parte, los acorazados y cruceros americanos eran pésimamente maneja-