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CRÓNICAS
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jefe de las baterías, capitán Ramón Acha Caamaño, hijo de Puerto Rico. El capitán José Antonio Iriarte, gobernador del Castillo, tenía el mando de la batería de San Antonio, situada en el campo del Morro, sobre el cementerio. --¡Arriba la bandera!-ordenó Acha, y la bandera española surgió rápidamente, azotada por las brisas de la ma- ñana. A la derecha, y no muy le- jos, sonó un cañonazo, luego otro y otros. Eran las baterías de San Cristóbal, las primeras en contestar al ataque, a las cinco y veinticuatro minutos de la ma- ñana. Todas las del Morro rom- pieron fuego vivo; la de Iriarte a la derecha y las tres de la izquier- da, situadas fuera del Castillo, tronaban sin cesar. Se generalizó el combate por mar y tierra; el Indiana, el Nueva York, los dos monitores y demás buques lan- zaban andanadas de todos los calibres imaginables, tratando de demoler el Morro. Un proyectil chocó contra el muro de espalda de la batería baja, el Carmen, debajo del faro y los cascotes, que volaron en varias direccio- nes, hirieron al teniente Barba, que la mandaba; tomó el man- do el sargento Fontbona, y poco después caía herido por un trozo de ladrillo. Capitán D. Ramón Acha, hoy general de brigada. Otra granada dió contra el cuerpo más elevado del faro, y parte de éste vino a tierra, aumentando las dificultades del momento. Bastante más tarde, un jefe de artillería que era director del parque juzgó prudente abandonar su puesto, y, diri- giéndose al Castillo, tomó el mando de los obuses, que habían estado a cargo del teniente Faustino González Iglesias. ¡Bello espectáculo que no olvidarán mis ojos! Las olas, duramente agitadas por mar de fondo; viento sutil, casi muerto; un sol radiante arrancaba al mar reflejos de esmeralda y teñía de oro las carcomidas piedras de aquel castillo de San Fernando del Morro tan terriblemente combatido. La escuadra enemiga maniobraba con seguridad y pericia, como he dicho. Una