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LECTURAS VARIADAS 59

no Lu.

La raposa mortecina.

Una raposita ha salido de su manida y se ha dirigido a la aldea. Fodo duerme; es media noche. En la obscu- ridad no se percibe más que — allá lejos — la raya negruzca de las montañas sobre la foscura del cielo.

Brillan las estrellas : brillan con ese titileo radiante de las noches de invierno. En esas noches, a la madru- gada, en el perfumado reposo de la tierra, ese relumbrar vivo radiante de los astros trae a nuestro espíritu una profunda nostalgia — ¡oh Fray Luis de León! — de algo que mo sabemos... De cuando en cuando un vien- tecillo ligero trae de la aldea un olor particular que nuestra raposita recoge en sus narices. El ejido del pueblo está ya aquí; luego las casas; detrás de una de ellas se extienden las largas tapias de un corral. En los travesaños de un cobertizo están acurrucadas las gallinas, los gallos. Los gallos, tan vigilantes no se han percatado de nada. Lentamente, pasito a paso, venteando todos los olores, avanza la buena raposita.

— Un momento, querido cronista. ¿Porqué llama us- ted buena a esta raposita inquietadora, sanguinaria, que va a poner el espanto y la destrucción en la república de las gallinas?

— Perdón, querido lector. Todo es relativo, y la ra- posa, comparada con el taciturno y violento lobo, es buena, es excelente.

Hace mucho tiempo, que un gran naturalista — Buffón — ha hecho en pocas líneas el elogio de la ra-