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noso, a través de cuyas amplias cintas se perciben el con- torno y el movimiento, pero nuevo, indefinible, luz/de lo irreal, cielo del hada invisible que en la noche de los
tiempos estampó su varilla mágica en la cuna de este cuadro de belleza incomparable.
Un cielo puro y azul, como un dosel divino, tiende sobre el cuadro su concavidad infinita, y un hondo rumor, inmenso, continuo, se levanta de las profun- didades del abismo saludando la majestad del cielo que lo cubre y lo confiene.
En la plenitud indefinible de ese rumor de las gran-