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LECTURAS VARIADAS dur


que no: mas que sólo quería se tuviese cuidado con su cuartago; pidió la llave del aposento, y llevando consigo unas bolsas grandes de cuero, se entró en él y cerró tras sí la puerta con llave, y aún, a lo que después pareció, arrimó a ella des sillas. Apenas se hubo ertcerrado, cuan- do se juntaron a consejo ei huésped, y el mozo que daba la cebada, y otros dos vecinos que acaso allí se hallaron, y todos trataron de la gran hermosura y ga!larda dis- posición del nuevo huésped, concluyendo que jamás tal belleza habían visto; tantearónle la edad, y se resolvieron que tendría de diez y seis a diez y siete años; fueron y vinieron, y dieron y tomaron, como suele decirse, sobre qué podía haber sido la causa del desmayo que le dió; pero como no la alcanzaron, quedáronse con la admira- ción de su gentileza. Fuéronse los vecinos a sus casas, y el huésped a pensar el cuartago, y la huéspeda a aderezar algo de cenar por si otros huéspedes viniesen. Y no tardó mucho cuando entró otro de poca más edad que el primero, y no de menos gallardía; y apenas le hubo oído la huéspeda, cuando dijo :

— ¡Válgame Dios, y qué es esto! ¿Vienen por ventura esta noche a posar ángeles a mi casa?

— ¿Por qué dice eso la señora huéspeda?— dijo el caballero.

— No lo digo por nada, señor, respondió la mesonera; sólo digo que vuesa merced no se apee, porque no tengo . cama que darle, que dos que tenía las ha tomado un caballero que está en aquel aposento y me las ha pagado entrambas, aunque no había menester más de una sola, porque nadie le entre en el aposento, y es que debe gustar de la soledad; y en Dios y en mi ánima que no sé yo porqué, que no tiene él cara ni disposición para escon- derse, sino para que todo el mundo le vea y le hendiga.