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22 ISONDÚ


La victoria por mucho tiempo se mantuvo indecisa.

Entre tanto los niños, las mujeres y los euracas cal chaquies, esperaban en un bosque cercano el resultado del combate, con orden de ponerse en salvo si Deteium era tomada por los españoles.

Por fin, después de largas horas de ansiosa expec- tativa, oyeron el atronador vocerío de los conquista- dores; ruido de -clarines tocando a degúello, ayes de- sesperados en idioma calchaquí... estampido de arcabuces.

¡Deteium estaba vencida! Era preciso huir, huir de la esclavitud y lr. deshonra, salvar a los futuros gue- rreros, para criailus nutriéndoles el alma con un odio a muerte al conquistador. Ñ

Pero los pequeños han resuelto otra cosa, y en el mo- mento de partir, declaran que se tendrán por cobardes, si teniendo arcos y flechas para el combate no van a Deteium a morir al lado de sus guerreros, que son sus padres, hermanos o amigos.

Las madres, asombradas, no se atreven a detenerles y ellos se dirigen a la ciudad rendida, en la cual se oye doloroso clamoreo. Era imponente aquel batallón com- puesto de niños, que se adelantaba al sitio donde los vencidos eran sacrificados.

Castañeda, el jefe español, envió un emisario.

— ¿Qué deseáis, muchachos? — preguntó éste con ruda voz de soldado.

— Venimos por nuestros padres — contestaron; — dádnoslos o dejadnos morir con ellos.

Al conocer tan viril respuesta, el asombro cundió en- tre los vencedores y enterneció los corazones, haciendo cesar la carnicería y dar libertad a los indios que que- daban vivos.

L. CORREA MORALES.