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Madrid a fines del siglo XIV.
A fines del siglo XIV estaba la hoy coronada y heroica villa de Madrid muy lejos de pretender el lugar que hoy ocupa en l:. lista de los pueblos de la Península. Toda su importancia estaba reducida a la fama de que gozaban sus extensos montes, los más abundantes de Cas- tilla en caza mayor y menor : el jabalí, la corza, el ciervo, y hasta el oso feroz hallaban vivienda y alimento entre sus altos ¡arales, sus malezas enredadas, y sus silvestres madroñeros, que han desaparecido después ante la des- tructora civilización de los siglos posteriores.
El implacable leñador ha derrocado por el suelo con el hacha en la mano la copa erguida de los pinos y robles corpulentos para satisfacer las necesidades de la pobla- ción, considerablemente acrecentada, y el hombre ha ve- nido a hollar la magnífica alfombra que la naturaleza había tendido sobre su suelo privilegiado : ha tenido fuerza para destruir, pero no para reedificar; la naturaleza ha desaparecido sin que el arte se haya presentado a ocupar su lugar. Inmensos arenales, oprobio de los siglos cultos, ofrecen hoy su desnuda superficie al pie del ca- minante; al servir los arboles de pasto al fuego insacia- ble del hogar, los manantiales mismos han torcido su corriente cristalina o las han hundido en las entrañas de la madre tierra, conociendo ya, si se nos permite la metáfora, la inutilidad de su influjo vivificador. Madrid, el antiguo castillo moro, la pobre y despreciada villa,