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328 ISONDÚ


— A conseja me huele — repuso el segundo. — Ya será menos oro; y harto el trabajo. Y sor allí los natur-les muy fieros, y gustan del plato de carne humana.

— A mi paisano, como yo, nacido en Medellín — de- claró con énfasis el extremeño — no vendrá peligro que le encoja y arrugue el corazón, que bien colgado lo tiene. ¡Asaz le conoce vuesa merced, por vida mía! ¡Resueltos los habrá, pero más que él ninguno! Y sepa que lo de su hidalguía lo lleva Cortés muy montado en la voluntad, y le oí varias veres que ha de hacer cómo su linaje brille y resplandezca ul igual de los primeros de España.

Estaba Hernán Cortés, cuando desembarcó en Santo Domingo, en la flor de una mocedad vigorosa, después de una niñez tan enfermiza que se le contó muchas veces por muerto. El paludismo que engendran las balsas o charcas donde bebe el ganado en las Extremaduras, pa- ludismo que aun hoy subsiste, se le había metido en las venas, y al caer entre los escombros de la pared, lo sufría aún, pues dicen las crónicas que con tal motivo « se le re- crudecieron » las cuartanas. No hubo mejor manera de echar de la sangre los gérmenes de tal veneno como la travesía y el cambio de aires, y ya debió mejorar su salud aquel viaje a Valencia, después de lo cual, decidido a pasar a las Indias, volvió a su casa para obtener de sus padres dineros con tal fin.

Tal vez a las cuartanas quepa atribuir el color, no moreno, sino ceniciento, del rostro de Cortés : de estas caras grises har. pintado muchas Pantoja, Zurbarán y el Greco. Vencida la influencia de la fiebre, quedó Cortés rehecho y saludable, y era de cumplida estatura, ha- biendo heredado de su madre la recia complexión. Aun-