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9.
Los indiecitos.
« ¿Sabes quién soy? El rayo de la luna.
¿Y sabes por qué vengo de allá arriba? Era obscura la noche cual ninguna podías extraviarte por la duna
O caer en el agua fugitiva.
Para hacerte elegir senda oportuna
entre la obscuridad que te envolvió
por ti desciendo de la altura yo.» (1)
La índole, las aspiraciones, los ideales y si se quiere hasta las necesicades de un pueblo, se reconocen en la educación dada a la infancia.
En la antigúedad, Esparta, que propendió al desa- rrollo físico de sus ciudadanos por la sabia reglamenta- ción de la gimnasia, se preocupaba al mismo tiempo de que adquirieran, desde niños, sagacidad, virtud al- tamente apreciada por aquel pueblo guerrero.
Los boers, hace años, enseñaban a sus hijos el uso de ' las armas de fuego, y el niño que iba a la escuela llevaba, junto con su cartilla, el fusil al hombro y la bolsita de munición a la espalda. Ñ
Tales niños eran hombres antes de tiempo; el pri- mero moría bajo el golpe del látigo, ocultando entre los pliegues de su túnica el objeto robado, porque así lo mandaban las leyes de su patria, y el segundo lle- vaba orden de disparar su arma si los salvajes le moles- taban en el camino.
En nuestra tierra heroica tenemos también hermosí- simos ejemplos que ofrecer a la historia, y tanto, que,
(1) Canción del rayo de luna. — 6, de Maupassant.