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LECTURAS VARIADAS 291


madre fecunda de la tierra; el sombrío Chiqui, a quien es necesario ofrecer en holocausto niños, a fin de conse- guir elgunas gctas de agua para la tierra sedienta.

Entre las numerosas cadenas que recorren la men- cionada región, se extienden, en algunas partes, valles angostos y profundos, que han recibido el nombre de cajones. s

La meteorología de estes cajones es muy interesante; las rachas de viento, de ese viento de las mesetas que constituye el martirio de aquéllos que las recorren; las rachas de viento, digo, al sentirse aprisionadas por en- hiestas paredes de granito, adquieren velocidades de ciclón; los remolinos, en diabólica carrera giratoria, le- vantan un pclvo rojizo que tiñe la atmósfera con matices sanguíneos, y si a esto se añaden los destrozos que cau- san, los mil ruidos que salen de las profundas cavernas, los silbidos, los ayes que se escapan de las grietas, parece lógico que los aborígenes atribuyeran, en su infantil ignoranciz, a potencias quiméricas, fenómeños cuya causa eran incapaces de explicar y que, por otra parte, llevaban a su espíritu supersticioso terror.

Así nacieron la tradición de Huayra-Puca en los valles calchaquies, y de la Madre del Zonda en San Juan.

Por una coincidencia verdaderamente curiosa, Ander- sen, en uno de sus conocidos cuentos, habla de la Madre de los Vientos.

El habitante de los valles calchaquíes y el célebre escritor dinamarqués han tenido la misma visión fan- tástica, y es tanto más notable esto, cuanto que siendo el calor del sol la causa perturbadora de la atmósfera que origina los vientos, en rigor sólo podría decirse que éstos tienen padre.