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bien. Cada votante que llegaba presentaba su libreta de enrolamiento militar con su retrato al presidente del co- micio, que lo miraba para saber si era la misma persona que indicaba la libreta. En seguida le entregaba un sobre y le decía que pasara a un cuarto que estaba al lado. En ese cuarto yo ayudé a arreglar una mesa, los montones de listas de candidatos que mandaron los comités. Ence- rrado cada votante dentro del cuarto, debía poner en el sobre la lista que prefería, o la que él hiciera, y al salir del cuarto la echaba en una urna, se le devolvía la libreta de enrolamiento y se iba. Nadie podía saber por quién había votado. Al concluir se cerró la urna con una faja de papel. Se había contado 164 votantes y debían tener 164 sobres. Un empleado de correos con dos vigilantes, la llevó al Congreso. Allí las tienen que abrir los jueces... De modo que se pueden imaginar ustedes que si no se sabe nada de lo que está dentro de una urna cerrada, no puede saberse más de lo que está dentro de mil urnas cerradas; y entonces es inútil apostar...
RODOLFO RIVAROLA. + Ferncndo en el Colegio. »
