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226 ISONDÚ


74.

Recuerdos históricos que no causan horrores ni cuentan desastres.

En este punto las sierras forman collados, alternando los cerros rocallosos y las colinas altas, verdes, musgosas. Los picos de los nrimeros, rompiéndose en cuchilla, co- rren hasta perdirse en el horizonte. Mil siluetas de torres almenadas, edificios góticos, templetes derruídos, se elevan y enclavan en el diáfano azul. Los picos agudos semejan frailes, las manos entre amplias mangas, la capucha puesta como embudo con a punta al cielo o echada a la espalda a guisa de mochila. Frailes desco- munales, de pie, de rodillas, en oración humilde o cla- mando con ¡a frente alta y los brazos tendidos al infinito.

Las colinas al frente forman lomadas multicolores, suaves planicies; redondas cúpulas elevadas y deprimi- das ondulando como grandioso oleaje marítimo, vestidas sus faldas con arbustos, cactos, 1::atorrales y cardones gi- gantescos entre manchas de tupida hierba, asilo de rep- tiles y despensa de liebres, conejos y cacería menor, en donde no se pierden los perdigones, ni quedan sin labor los perdigueros.

Colinas y cerros abriéndose en compás, abarcan el valle, partido en dos por torrente cristalino, bullicioso, saltarín y capaz de meterse por donde menos falta haga y de llevarse valladares y reparos de encuentro para establecer nivel común, como los socialistas de nuestros días y los insurgentes de todos los tiempos.

En el ángulo de ese fantástico compás, sobte blanda