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222 ISONDÚ

Por pequeño que sea un establecimiento, el dueño no tiene tiempo de permanecer ocioso; si desea verlo pros- perar, debe tener presente que el ojo del amo engorda el ganado; por mucha confianza que le merezca su per- sonal, jamás ha de dejar de vigilarlo; no por maldad, sino por ignorancia, los peones cometen muchas veces yerros o descuidos que pueden ser perjudiciales.

Pegar a los caballos en la cabeza, intimidar por medio de latigazos a las vacas que desea amanvar, son cosas corrientes en el hombre de campo; él no tiene la menor idea de que los animales son seres sensibles como nosotros, que sienten dolor, frío, calor, y que con cariño es fácil conseguir mucho de ellos.

Decidido nuestro amigo a emplear los métodos europeos para amansar lcs animales, llamó a su peonada y habló así : — Vds. saben que en mi casa se les trata de muy distinta manera que en la generalidad de los estableci- mientos; deseo que, a su vez, cuiden con bondad a los animales, previniéndoles que jamás disculparé actos de violencia contra ellos.

Dos o tres peones que no pudieron dominar su mal genio, y que maltrataban a las pobres bestias, fueron despedidos; los demás se acostumbraron poco a poco a ser humanitarios. Con agua, resqueta y paciencia se domesticaban hasta las más indomables vaquillonas y los potrillos más ariscos.

Los resultados de la buena dirección, actividad y vigilancia no se hicieron esperar; muy pronto los pro- ductos de La Cabaña empezaron a llamar la atención y a venaerse a muy buenos precios; por un carnero se le pagó una vez 8.000 pesos, y por un toro... ¿cuánto creéis que se le pagó por un toro?... Nada menos que 40.000 pesos.