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El milagro.
Transportémonos a la provincia de San Juan, desde cuya capital se distinguen los gigantes Andes y donde vió la luz un gan intelectual de nuestro pueblo, el ilustre Sarmiento.
Los muchachos de San Juan son tan traviesos como cualesquiera otros de la tierra.
No extrañaréis entonces que os cuente alguna picardía llevada a cabo, hace muchos años, por un grupo de niños pertenecientes a distinguidas familias de aquella pro- vincia hermana.
Sucedió que durante algún tiempo, el teatro de muchas travesuras, mejor dicho, el punto de vista de todas ellas, fué la iglesia parroquial.
En los michinales de la torre anidaban gran número de palomas cuyos gorditos pichones incitaban a los muchachos, siempre aficionados a buscar nidos, y como en San Juan no existe el Pombero, se aprovechaban a más y mejor.
Y no sólo subían a la torre en busca de las palomitas, sino que llegaron una vez a apoderarse de una pequeña campana, la que llevaron a un descampado y a!lí organi- zaron una fiesta religiosa.
Cuando el Cura Párroco, señor Castro, oyó el repi- que y se enteró del hecho, envió al sacristán a recoger la campana, que estaba bendita; pero los muchachos se resistieron a entregarla, diciendo que: la "devolverían