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Rumbo al sur.
Hace ya muchos años, el teniente Giacomo Bove, de la marina italiana, se ofreció y obtuvo re ursos de nues- tro gobierno para recorrer las costas marítimas de la República Argentina, con intención de realizar más tarde un viaje a las regiones antárticas.
Componían la expedición, cuyo jefe militar era el comandante Luis Piedrabuena, el cúter Patagonia, una lancha a vapor, la corbeta Cabo de Hornos; y acompa- ñaban a Bove, el botánico Dr. Spegazzini, el capitán Edelmiro Correa, representante del Instituto Geográfico Argentino, y algunos otros.
El 25 de diciembre de 1881 zarpaba rumbo al sur, llegando a la Isla de los Estados el 30 de enero de 1882.
El aspecto de la isla es tétrico, Jos montes Buenos Aires, Bucheland, Roma, levantan sus cimas obscuras, cortadas por profundos derrumbaderos; pero en sus faldas crece, hasta 400 metros, lujuriosa vegetación.
Tablas rotas, árboles despedazados, hierros torcidos, clavos, anclas, botellas, trapos, cuerdas, despojos de Dios sabe cuántas naves, mezclados, a medio podrir, esparcidos en desorden, anuncian al viajero que aquella región es, como dice el teniente Bove, « un cementerio de centenares de embarcaciones ».
La Isla de los Estados es una tierra que, despren- dida de los Andes, ha sido trabajada por las olas furio- sas y cubierta por los hielos en épocas primitivas.
