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62.

El 25 de Mayo de 1812.

Desde el amanecer del 25 de mayo de 1812, la pequeña ciudad de Jujuy bullía de rumores y movimiento inusi- tados. El frenético repicar de los templos y las rotundas salvas de la artillería, resonando entre las montañas que circuyen el valle, saludaban jubilosos el alba de la efe- mérides. Despertaba la población entre aquella música de campanas y de armas, y se echaba a la calle, aper- cibida para el festival que comenzaba. Saludábanse los vecinos en el nombre de la Patria, sagrado para aquellos aldeanos, como el Ave María de sus portales. Por la calle de las Zegadas y por la calle de San Francisco, iba creciendo con la mañana el gentío de militares, indios, esciavos y artesanos que se encaminaban a la plaza capi- tular. La mañana estaba, como las almas, gloriosa de azul, sobre las calles limpias y las paredes blanqueadas del caserío. Alguna leve escarcha retardaba su cairel de cristal sobre los aleros y tejados. Alguna niebla despe- rezábase bajo el alba, sobre las nevadas cimas del Chañi...

La gente madruguera que había ido congregándose en la plaza, comentaba las fiestas religiosas de la víspera; las iluminaciones y regocijos de la noche anterior. En el atrio de la Matriz, en las arquerías del cabildo, en la azotea de los Saracivar, alineábanse los mecheros de aceite y las lamparillas de barro que habían ardido la