178 ISONDÚ
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La poesía gaucha.
No era grande, que digamos, la necesidad de comuni- cación socia entre aquellos hombres de la llanura. La pulpería con sus juegos y sus libaciones dominicales, bas- taba para.establecer ese vínculo, muy- apreciado por otra parte, pues los gauchos costeábanse en su busca desde muchas leguas a la redonda. Pertenecía, por lo co- mún, a tal cual vasco aventurero que llevaba chiripá y facón antes de haber aprendido a hablar claro, conci- liando aquella adaptación campesina con la boina co- lorada a manera de distintivo nacional. Detrás del mos- trador fuertemente enrejado en precaución de posibles trifulcas, que echaba al patio, manu militari, con vigo- rosas descargas de botellas vacías alineadas allí cerca como proyectiles, el pulpero escanciaba la caña olorosa o el bermejo carlón de los brindis, mientras algún guita- rrero floreaba pasacalles sentado sobre aquel mueble. Tal mozo leído deletraba el último diario de la ciudad. Otros daban y recibían noticias de la revolución pasada o pelea famosa entre dos guapos de fama. Todo ello en lenguaje parco y reposado que parecía comentar el silen- cio de los campos peligrosos.
La pampa con su mutismo imponente y su monotonía, “tan característicos que no hay estepas ni saharas com- parables, predisponía poco a la locuacidad. Durante las marchas en compañía, el viento incesante, la fatiga de jornadas muy largas por lo regular, la necesidad de