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52. El viento y el mar.
El viento despertó aterido, en la cima de la montaña más alta de la tierra, siempre cubierta de nieve. Su desperezar fué terrible, pues pareció que la cordillera temblaba, y la sieve comenzó a rodar por las laderas, arrastrando cuanto encontraba a su paso. Luego el viento se agitó y rugió :
— ¡Tengo frío!
-Huyó del monte dando saltos tan grandes como no los ha dado el animal más ligero. Los árboles más añosos se inclinaban a su paso. El viento no hacía más que tocarles y se doblaban. Al llegar a los valles, sintió ya el calor de la carrera y continuó rugiendo y saltando. Otra montaña le cerró el paso, y, después de haberla azotado como si quisiera derribarla, subió a sus picachos desgajando árboles y derrumbando rocas, y saltó el lado opuesto. Allí estaba el mar.
— ¡Despierta, hermano! — bramó el viento. — ¡Aquí estoy yo!
— ¿Por qué vienes a turbar mi reposo? — preguntó el Océano.
— Quiero jugar contigo. ¡Despierta!
Y para despertarle, el viento le sacudió con sus ro- bustos brazos.
El mar se entregó al viento, que le levantó hasta las nubes y le dejó caer con estrépito; luego bajó a cogerle en el fondo del abismo, y, como locos, saltaron, corrieron, brincaron; bramando, silbando, rugiendo.