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128 ISONDÚ

la muerte, y dirán al morir : «¡Dulce y bella es la muerte que de ti viene, señora nuestra, bella señora! »

Cortesanos y servidores. — Generosas como nunca fue- ron las hadas. Pero, decidnos, señor y rey, dos veces las vimos : cuando llegaron colmadas de ofrendas y cuando partieron después de ofrecidas. Entre todas una, la reina de todas, sólo un cáliz de oro llevaba en sus manos; sin duda era henchido de un raro encanto que salud y hermosura asegura.

Rey. — Nada traio en el cáliz de oro, ni piedras pre- ciosas, ni encantos s:itiles. Ella sola entre todas las ha- das, la reina de todas ofrenda no rinde. Su encanto es misterio que nadie comprende. «Sin mí nada valen los dones de todas las hadas, yo sola su dicha aseguro »... ¿Y sabéis lo que guarda en el cáliz de oro? ¡El corazón de la Princesa!

Todos. — ¡Su corazón, su corazón! ¿Y vive?

Rey.— Vive, vive, y alegre sonríe, y nunca habrá pena. La reina lo dijo « : Yo sola su dicha aseguro. Si dentro del pecho un corazón siente, no hay dicha posible. »

Todos. — Ni pena ni dicha. Sinícorazón, ¿cómo puede vivirse?

Rey: — Bastan los sentidos para gozar sin pena Jos goces de la vida; bastan los sentidos para la alegría; del corazón viene la pena toda. La reina de las hadas bien lo sabe, sabe más que nosotros, sabe más que todos. Ella sola su dicha asegura. ¡Qué dichosa será la hija mía! ¡Todo alegre en su vida, que todo es alegre cuando sin corazón se vive!

Todos. — Misterioso encanto será el de las hadas. Sin corazón, ¿cómo puede vivirse?

J. BENAVENTE.

« La princesa eln corazón. »