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que obra en ellos como causa? ¿Qué es lo que colora de
nuevo y de improviso la sublime extensión? A menudo sólo una nube que cruza por el cielo, sólo un rayo de solque, rasgando el sero de las brumas, toca el haz dejla onda; cosas de allá, de la región de lo leve, de lo vago, de lo inaccesible... Tengo la imaginación hecha de tal modo que toda apariencia material tiende en mí a descifrarse en idea. La naturaleza me habla siempre el lenguaje del espíritu. Observando, desde la playz2, esto que ahora apunto, yo pensaba en ese otro mar, extraño y tornadizo, que es la multitud d2 los hombres; y pen- saba luego en mil cosas ligeras, aéreas, ideales, que flotan a toda hora sobre el mar humano, allá donde no alcanza la furia de sus olas; concepciones de almas ilu- sas, candideces de almas puras, ensueños de almas be- llas... Y me producía vna suerte de embeleso el pen- sar que basta a veces el toque leve, sutil, de una de esas cosas delicadas, sobre el lomo del salvaje monstruo in- quieto, para colorearlo de nuevo un instante : para que la muchedumbre, — la formidable fuerza real, — se rinda, como la cera al sello, a la toda poderoza debili- dad de una palabra del poeta, de una promesa del vi- sionario, de un ¡ay! del desvalido.
José ENRIQUE RoDÓ.
« El mirador de Próspero. »