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108 ISONDÚ

la grandiosidad de los monumentos derruídos, cuánta era en su tiempo la florescencia de la república jesuí- tica; pero todo ha pasado : los misioneros fueron arran- cados de aquellas tierras; los pobres indios esclavizados; en los campos cultivados, en las huertas y en los jar- dines, creció de nuevo la maraña. Los templos, las es- cuelas, los hogares, donde el niño indígena parecía haber sido redimido de la esclavitud por la religión de Jesús, se derrumbaron o fueron cubiertos por la vegetación; sólo ella despliega, hoy como entonces, la magnificencia de sus creaciones y sirve de marco sin igual a los pór- ticos y a las columnas que aun quedan en pie.

Antes de llegar a la desembocadura del arroyo San Jenacio, cerca del cual están las ruinas de la misión del mismo nombre, el cauce del río se abre hasta 2000 me- tros de ancho y caen sobre su margen izquierda los últimos albardones de la sierra de Teyú-Cuaré, que parece ser la continuación misionera de la sierra de Amambay.

Son muy curiosos, del punto de vista geográfico, es- tos enormes paredones de piedra que, como todos los escollos y las rocas de la región, tienen también su le- yenda, mejor dicho, sus leyendas.

Teyú-Cuaré significa cueva que es o que fué del la- garto; y los indios guaraníes creen que en los resqui- cios de aquellas rocas existe un lagarto monstruoso con alas y patas, con aliento de fuego, y cuya ocupación es hacer naufragar las embarcaciones que osen aventu- rarse por aquellos parajes.

Esta creación de la inventiva india es, quizá, una re- miniscencia de seres que existieron en épocas ante- riores, pues quitándole el aliento ignívomo es muy semejante al Pterodáctilo de la épeca terciaria y prin-